22 de agosto de 2009

Hablando de zorras (II) (Visita al lavabo de señoras)







Las cervezas empezaron a hacer su efecto en mi vejiga, que debe ser más pequeña que lo habitual , pues a ella debo el profundo conocimiento de un sinnúmero de lavabos de señora, de los más variopintos lugares del mundo. Barcelona a la cabeza de este singular conocimiento, ciudad que ostenta el número uno en lo que respecta a cantidad de cervezas que soy capaz de tomar en la misma noche. En los lugares de parada habitual ya me conocen, lo que cubre el inconveniente que tendría en caso contrario, pues volver a casa tras una de esas ingestas sin temer perderme ya no es problema. Así, ya no recuerdo la preocupación que surgió en los primeros meses, antes de ser nombrada “habitual”, pues el hecho de encontrar las llaves, se convertía en odisea nocturna. Hoy puedo presumir que alguno de los parroquianos, también habituales, están disponibles a acercarte a tu casa, y en caso de verte en estad muy lamentable, de quedarse a dormir en el sofa , habilitado para casos de urgencias.

Es una norma no escrita, un pacto sin palabras que tenemos asimilado, como caballeros de barra de bar. El sofa ya estaba desteñido cuando, haciendo uso de la fuerza más que de la cabeza, lo metimos a trompicones a través del dintel de la puerta , que al final se negó a admitir el sofa al completo, así que tuvimos que romper las cuatro patas que lo sostenían, espectáculo maquiavélico que mis vecinos me recordaron durante los meses siguientes cada vez que me los cruzaba en las escaleras. En este sofa cojo, he dejado que amantes de la misma condición terminaran las noches en las que el cansancio y su poco tiento los relegaban indefinidamente al saco amortiguado de los amigos perpetuos. Léase Fernando, así como amigos que apuntaban hacia una separación inminente de sus parejas; amigas, de visita en la ciudad. Ahora que lo pienso, mi madre nunca lo utilizó, ni siquiera para sentarse cuando se ha dignado a visitarme. Viaja mucho y no soporta dormir más que en hoteles, dice que allí se siente como en casa. Será por lo aséptico de esos sitios, porque siempre encuentra la cama hecha cuando vuelve, o porque un hotel la exime de tener que impostar un ambiente de hogar. Pero el sofa es otro tema, del que podría sacar mil historias, y ahora no viene a cuento.


Me dirigí con paso inseguro y tambaleante hacia el baño de señoras. Como no soy dada a los aparatos modernos, no hice uso más que del Gps Mental que aún conservaba, recordatorio de otras visitas al mismo baño. Tejí en ese momento una capa de falsa seguridad pues aunque acostumbrada a aquel vaivén, el trayecto se me antojaba como un viaje peligroso, dadas las curvas que misteriosamente habían aparecido en el camino. Ante aquella mirada entre lasciva y socarrona que amenazaba con una noche de sexo agitado, sin coctelera en medio, el futuro treintayunavo hombre de mi vida que acababa de conocer esa noche, me devolvía con el mismo código aquellas señales que servían para continuar con el juego. Miradas y gestos.



Corregí la postura al sentir las miradas de los presentes clavadas en la nuca, para que no pusieran en duda mis clases semanales de gimnasia. Tres años de deporte que me ayudaron a corregir la descompostura con la que solia caminar de jovencita, perdidas en el trayecto al lavabo de mi bar favorito.

En cierta ocasión, siendo aún niña, escuché cómo una de las amigas de mi madre le comentaba que yo parecía cargar ya con penas y problemas de adulto, porque al caminar sacaba chepa. Fue el primer indicio. Y es que siempre me ha costado mantenerme recta. Pero como soy resuelta, se equilibra el lamentable aspecto, y al menos, logro llegar al objetivo que me fijo. Otro tema es el de si me fijo o no objetivos, o cuál es la naturaleza de los mismos.

Sonaba una canción de Calamaro... estoy perdiendo el rumbo, estoy perdido en el mar...no tengo claro hacia donde navegar o si en algún puerto te voy a encontrar, acompañamiento musical perfecto en aquel ambiente de almas perdidas, islas y náufragos nocturnos de barras de bar, así que me deje llevar por la musiquilla y tarareaba la letra camino de mis dos minutos de soledad obligados.

Este es el ejemplo conocido que mejor representa mi ideal de cómo deberían ser todos los lavabos que he visitado: un baño que huele a lavanda, con papel higiénico que jamás se agota. A veces me he preguntado si la gente que acude a este bar lleva su propio papel higiénico escondido en el bolso, por miedo a las infecciones. Las suaves toallitas que colocan sobre el mármol en el que jamás encuentras una gota de agua (y eso que he intentado pillar a la mujer de la limpieza en un renuncio, pero nada, no hay manera, es una profesional en lo suyo, por algo trabaja allí, que ya digo no es cualquier sitio)


Antes de salir hacia mi doble trabajo de esa noche, es decir, el de escuchar y tratar de reanimar el desconsuelo de mi amigo, que por no se qué razón no terminaba de convencerme, y por otro lado, el menos desconsolado y que empezaba a ocupar más del cincuenta por ciento de mi atención el de seguir infectando de hormonas del amor a mi torero coctelero, porque a estas alturas él sabía lo mismo que yo, que ahí había futuro, al menos para esa noche.

Después de lavarme las manos, y comprobar una vez más que la mujer-estatua que miraba hacia el techo ignorando mi presencia, ya se había ocupado de dejar toallas limpias en los breves instantes que yo me dedicaba a desocupar mi vejiga. Ni siquiera la había escuchado el movimiento de arrastrar la silla en la que ahora descansaba. Desde mi última visita , la mujer había perfeccionado su tarea, ampliando el negocio base de conservar este espacio intimo impoluto. Ni huella que indicara la presencia de alguien más que yo hubiera visitado el lugar con anterioridad. Sobre el mármol del lavabo advertí que habían dejado unos folletos que no estaban antes. Copias manuscritas e impresas en alguna tienda de fotocopias de barrio, en el que aparecía dibujado un mazo de cartas, y una frase contundente del tipo Madame Paloma Sánchez Castellanos, se lee tarot previa petición de cita.


Por la manera de mirarme de reojo, intuí que esta buena mujer no solo se dedicaba a reponer el papel higiénico y asegurarse del buen funcionamiento en general del baño de señoras de este restaurante, sino que , como otros personajes de la noche que he ido conociendo en mi vida la mujer de la limpieza de St. Honorate’s disfrutaba de dos vidas paralelas, y se ocultaba tras el seudónimo de la tal Madame Paloma.

¿es usted quien lee las cartas?- me dirigí a su reflejo en el espejo

Si es por urgencia, puede usté venir al mediodía , que mañana libro- me contestó, transformada, con un aire de estar haciendo algo prohibido.


Mientras me daba algún consejo antes de realizar la visita, lo que ella parecía tener más claro que yo, que acudiera en ayunas, que no cruzara las piernas, ...yo la escuchaba a lo lejos, como quien escucha música ambiental, y me lavé la cara para despejar mi carrera contrarreloj de mucha bebida y apenas comida.



La mujer seguía hablando, pero al mirar con fijación aquel espejo que ocupaba toda la pared me descubrió a otra persona que me recordaba a alguien. A pesar de no ser persona que me detenga a fijarme en mi imagen más que el tiempo que utilizo en lavarme los dientes o echarme alguna crema de esas que me regala mi amiga Consu, el espejo me devolvió mi propia imagen borrosa , y pude apreciar cómo el maquillaje que pretendía durar veinticuatro horas, según indicaba el prospecto de la caja, desaparecía de mi rostro, dejando la cara a trocitos de diferente color, una mezcla de dos tonos que, como un tablero de ajedrez me recordaba la consecuencia directa de ser una fumadora, entre otros asuntos a los que prefería hacer caso omiso en ese momento. De hecho, mi piel era tan sensible que empezaba a cuartearse en cuanto pisaba un local con humo.

-mi amiga Consu sabría cómo tapar las ojeras- arrastré las palabras con voz pastosa, lo que no pasó desapercibido para la tal Madame, en vista de la mirada de conmiseración que me dirigió.

Guardé con desgana uno de los folletos en el bolso de la americana, y recordé que Fernando se había quedado

solo en la barra del restaurante...


Continuará...

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