6 de octubre de 2009

HABLANDO DE ZORRAS (III)


Observé el perfil de mi imagen reflejada en el espejo, entre la niebla producto de las cervezas que me había tomado, como si fuera otra la que guardaba en el bolsillo la tarjeta de visita de la mujer de la limpieza del St. Honorat : Madame Paloma Sánchez Castellanos, se lee tarot previa petición de cita, y como si el intrascendente intercambio de unas pocas frases con la mujer misteriosa del lavabo me hubiera sacado de un primer momento de confusión, recordé que mi amigo Fernando seguiría sentado en la barra, insensible a mis propios problemas, esperando a que volviera a mi asiento para seguir quejándose de su morenaza, y además empeñado en meternos a todas las demás mujeres en el mismo saco de su querida Nayiara.

Una reacción a tiempo es mejor que la crema más cara; al menos, a mi siempre me ha salvado de lucir más arrugas de las que me puedo permitir . ¿Cuántas veces había tenido referencia de mujeres que se habían ido con el patrimonio de un Fernando cualquiera? ¿Cuándo ganaban estas mujeres, en lo económico o en la parte emocional? De mi grupo de amigas mujeres, Consu era la única que se había casado, un matrimonio de cinco horas, en un viaje a Las Vegas con aquel muchacho que conoció una noche de excesos, y que resultó que, además de ser un cachorrito con el futuro resuelto gracias a la pensiones familiares, que tenía un sueño, volar, ; su destino fetiche, Las Vegas. Resumiendo: volaron, se casaron, y se divorciaron a la semana, obvia decir que ni derecho a pensión le quedó. Y del grupo de buenas conocidas , casi todas casadas, se dedicaban más al tema cuidar de casa y familia, que no creo les quedara tiempo para pensar en los millones inexistentes que entraban en su hogar, a no ser que lo hicieran por métodos poco ortodoxos o que pasaran directamente a las cuentas encriptadas de paraísos fiscales. Pero no les salían las cuentas.

¿Dónde se escondían, entonces, las mujeres a las que Fernando recriminaba sus malas artes? Si existían , yo tenía aquella curiosidad creciente de conocer a las Nayalas, Edurnes, Maripilis y demás mujeres, que según él, no contentas con llevarse todo su amor, aparte de dejarle con el corazón roto se habían llevado por equipaje la mitad de sus posesiones.
O a mi no me salian las cuentas, o a Fernando le crecían misteriosamente los palacios, las casas y coches cada mañana; y yo sin enterarme.



Hice un recuento rápido: Las chicas, Fernando de casa en casa, gorroneando y quejándose mientras vaciaba neveras y la paciencia de sus amigos: antes de que se me pasaran los efectos del alcohol me planté en dos saltos en la barra del bar, donde Fernando estaba a punto de hacerse con el Goya a la mejor interpretación. Este plañidero en nómina de la injusta vida, parecía deshacerse de dolor, arrastrando medio cuerpo sobre la barra, y con cara de estar pasando por una profunda pena, mientras no dejaba de comer cacahuetes y beber las cervezas que yo terminaría pagando, como de costumbre.

Fernando, que no parecía haber perdido el tiempo durante los minutos que yo había faltado como espectadora de su inconsolable situación, ni se percató de mi presencia. Al hombro le colgada una morena de solarium y tatuajes adhesivos, a la que ponía en antecedentes sobre su nueva y critica situación: que si millonario en ciernes (Fernando hace años que suela con lo mismo, pero en realidad no deja de ser más que un escritorcillo de tres al cuarto que va viviendo de algún cuento corto, y como gorronea lo que puede, con trabajar de vez en cuando en algún variopinto trabajo mileurista, no necesita más) , seguía con la manida explicación de la mala mujer que le ha abandonado llevándoselo todo, todo. La realidad es que en casa e Fernando apenas sí existen muebles, pero eso no es nada nuevo para los que le conocemos bien. Si consigue llevar a la morena a su casa esta noche, la muy tonta se creerá que es cierta la historia de la mujer que se ha llevado los muebles. Ahora le estará contando que no sabe cómo recuperar la confianza en las mujeres, tras este golpe emocional... y económico. Fernando ya le pasa como por descuido la mano por la cintura, a esta mujer fatal que lleva marcado en la frente el sello de la casa Real de Fernando.


Él se anima y refuerza la escena. Es como un te cuento lo que me ocurre , pero no te confundas, que no estoy ligando.

Saludo con la mirada, y por el modo en que ella me fulmina con la suya, perdonándome la vida por esta noche. La incauta en ciernes no me ve como una rival peligrosa. De otro modo hubiera intentado caerme bien. Pero ni eso. Fernando se ha empeñado en ignorarme de tal manera, sin hacer uso del tono quejumbroso ni las miradas afectadas que le envía a ella, como si hubiera depositado en ella el conocimiento de ese código secreto que le deja el terreno libre. Y esto ella lo sabe, las mujeres sabemos interpretar este tipo de señales. Yo solo soy la chica nada espectacular que vuelve haciendo eses del lavabo, a saber lo que se habrá metido, que intenta hacerse un hueco entre esta nueva revelación de confidentes espontáneos. Mi bolso de tela india de colores chillones cuelga aún del respaldo del taburete. No soñaba pues. Ese sitio era mío hace escasos minutos. ¿Tanto tiempo he pasado en el lavabo de señoras, o yo ya no entiendo de educación, me he quedado obsoleta?

-Vaya, parece que has hecho nuevas amigas- comento, al tiempo que lanzo al aire un cacahuete, que aterriza en la jarra de cerveza de un cliente, que no se ha dado cuenta, porque está cuchicheando con el camarero.

La lolita me mira con horror, pero no dice nada, la diva me ignora de nuevo. Se dirige a Fernando con mirada de lástima, frunciendo los inmensos labios (los he visto más naturales) y ladeando la cabeza. Él cierra los ojos y levanta los hombros, el típico gesto conformista, como diciendo esloquehay. Lolita se aleja con un contoneo que pretende ser , de entre los artificiales, el más natural, de vuelta a su mesa. Ahora no la saludo, que se fastidie. Ni siquiera puedo odiarla, pues me queda el consuelo de saber que, si es lista, como parece, dentro de cinco o seis fernandos más se replanteará esas historias para no dormir, cuestionando la veracidad de la mismas.
Sigo esperando a que Fernando baje de la nube, pero parece no tener prisa. Sigo su mirada, que cae directa en el grupo de lolita y sus amigas, a las que descubro mirando hacia donde nosotros estamos. Ni siquiera tratan de disimular, mientras la Lolita les va relatando. Nota que Fernando la mira y le hace un guiño, y le mira fijamente, sabiendo que ella es la única que sabrá entenderle , firmando en el libro de las Brujas de Fernando, el siguiente fiambre de su lista de cadáveres. Sus amigas la secundan, con gestos de tranquilo chaval, estamos contigo, somos mujeres modernas y no apoyamos a las zorras que te dejan en cueros y sin patrimonio.
¡Serán lelas!
Me deben tomar por otra Nayale, Edurne o Maripili al uso. Me vuelvo hacia mi amigo, tratando de hacer caso omiso a la situación, y cuál no será mi sorpresa cuando le veo mirando a la morena y haciendo el típico gesto de tener un teléfono invisible en la mano.
Anda que no ha tenido tiempo, este cretino, con la práctica cada vez apunta mas directo y le cuesta menos llegar al objetivo.
Intento calmarme, echando un vistazo al camarero-bombón, que recibía con una sonrisa una notita que le pasaba a escondidas el hombre del taburete contiguo, el cacahuete volador descansaba aún en su copa. Los únicos testigos de otra historia de amor que nacía entre los platos de tapas fuimos los pimientos del piquillo , la solitaria patata rellena de champiñones, y yo.
Empieza a pesarme el ser tan observadora.

Recuerdo que aparté a un lado, despacio, el vaso de cristal relleno de cacahuetes, para evitar más tentaciones, porque si lo vaciaba, el inocente objeto se podía convertir en un arma peligrosa.
Era el momento de escupir, sin puntos sin comas. Y Fernando lo estaba pidiendo a gritos...






(CONTINUARÁ...)

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