18 de marzo de 2011

LA LAVADORA IMPOTENTE

LA LAVADORA IMPOTENTE




Nada causa más frustración que la muda amenaza de una lavadora que se avería;   doble revés si se acerca el fín de semana.

El piloto comenzó a parpadear y de pronto se sumió en la oscuridad sin previo aviso, sin una queja, sin decir este bombo es mio.

Probé a palpar el enchufe -dentro-fuera, dentro-fuera-, por si el motivo fuera una mala conexión, pero nada. El batiburrillo de prendas se ahogada en el interior y ya no era capaz de seguir su programa. Vacié el contenido, quién sabe, a veces la cargamos tanto que el bombo no lo resiste. Como las personas.

Todos tenemos un punto máximo de carga, un tope; la famosa gota que colma el vaso de agua. Mi lavadora probablemente había llegado a ese punto y ahora se quejaba; era su modo de plantarse ante mi empeño de forzarla a seguir ahí, dando vueltas sobre sí misma en función pre-lavado, alimentada a base de polvos, líquidos azules y perfumes exóticos. ¡Diablos! Que solo es ropa, pensé.

Evalué si mi propio límite no estaba a punto de reventar las conexiones sinápticas con que la humanidad me ha dotado , y en un último momento de lucidez decidí dejar por esa noche que la máquina -y mi vida-, siguieran su ritmo, sin forzar la marcha, aligerando la carga de ambas.

El descanso obra milagros. Hasta a uno que yo sé alguien le prescribió descansar al séptimo día. Por qué íba a ser menos mi lavadora, que en esos momentos representaba para mi poco menos que lo que lo era una diosa. La deidad de la pureza y el brillo, la suavidad y la arruga bella (obvia aclarar que odio la plancha).

A la mañana siguente me dirigí con optimismo en dirección al botón de encendido. Un tic decidido, y voilá: las dos como nuevas.

No me sorprendió. Las personas, y las lavadoras tenemos ese curioso potencial que nos empuja a sobrevivir incluso a las marchas forzadas. Es cuestión de equilibrar ritmos, sentarse cuando toca, y seguir caminando. Como marca el programa.

(Dicen que...)
Saray Schaetzler

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