3 de septiembre de 2011

HABLANDO CON UNA MISMA, QUE NO ES LO MISMO QUE MONOLOGUEAR - EL ERIZO Y YO

HABLANDO CON UNA MISMA, QUE NO ES LO MISMO QUE MOLOGUEAR A TONTAS Y A LOCAS

el erizo y yo (cuestión de elegancia mental)


Con el tiempo uno aprende a detectar los diferentes impostes de manuales de buenas formas y civismo de esta sociedad, de la que deberíamos orgullecernos (¿no es cierto que la hemos creado entre todos? ¿o acaso me la pusieron bajo la almohada mientras dormía ?), pero que sin embargo me veo incapaz de hacer: algo tan magnífico, ¿y yo soy responsable de su des-construcción? Demasiado duro como para aceptarlo antes de cumplir los sesenta, y si llego seguramente me importará un rábano quién a llevado a qué.

No se qué habría sido de todas mis opiniones y observaciones escritas, de haber vivido hace dos siglos, supongo que estarían parapetadas bajo la rebeldía, lecturas a escondidas, o ya acercándome a algún personaje contemporáneo invaden mi imaginación y de puntillas todas las Reneé y Palomas que de tanto en tanto dejo escapar a correr por mi desván.

La elegancia de ser un personaje moralmente absuelto, no reside en la consecución de ciertas ceremonias repetitivas que, por acto u omisión nos ponen del lado de los más majetes, sino ese halo de cierta amoralidad –amo las paradojas- que nos cubrimos al intentar precisamente, parecer todo lo contrario de lo que predicamos.

Cualquier vestigio de inmundicia, como la mejor de las odor-fresh del mercado, es digno de estudio, pero solo superficial: la mierda huele, por mucho que queramos esconderla o disfrazarla. Y la doble moral es la que peor huele.

No deja de asombrarme esta serie de nuevos jueces de la conducta, muchos de ellos surgen como setas desde el comienzo de la época de crisis (esa que dicen está sucediendo), que se llenan la boca con el mismo vómito que provocan: Somos buenos, somos dadivosos, pensamos en los demás, no entiendo porque la gente es mala/la gente me señala con el dedo/la gente hablar de otros. Pendencieros y corruptos de la miseria emocional de los demás, son los primeros en señalar escudándose en su patética y putrefacta verdad, en una moral a la que le tiemblan los cimientos en el desarrollo mismo del discurso.

Siempre he preferido las verdades completas, y el conocido dicho de los moralistas de salón me salve DIOS... tiene para mi más valor que el padrenuestro antiguo (el que todo son excepción conocían).

En mis idas y venidas de esta tarde, fructífera en lo más esencial, todo hay que decirlo, me he cruzado de nuevo en las escaleras de mi mundo particular con situaciones y algunos personajes que Muriel B. plasmó en su magnífica visión de la soledad como resorte del proceso creativo y humano (no ocurre lo mismo con la adaptación al cine, que me desagradó y me dejó pácticamente indiferente).


Lo maravilloso de este documento escrito (la novela en sí no busca autosatisfacción alguna, no hay más que dejarse llevar por la inexistente trama, la historia plana, sin sobresaltos o los lagos oscuros de ese entramado de vecindad que no desata las pasiones ocultas de ningún lector, hasta el momento, por lo que se) es verse reflejado, esto es lo más grande, subir en el ascensor con un sabio que no hace proselitismo del zen; una pitagorina al uso que planea sobre las cabezas de su mediocre familia sin volverse loca... Esta es la moral que los libros no explican, los valores de los que sería incapaz de hablar o perseguir públicamente. Será que de Torquemada solo me queda la pose, aunque el resto del mundo no lo sepa.

El erizo y yo hemos paseado durante cinco minutos por la vida de Plinio, y hemos tonteado a locas con frases inconexas en unos de esos ciberpatéticos lugares en donde los perdidos y moralistas al uso rellenan las ventanas de un pavo que en vez de presumir, se avergüenza de estar allí.  Hemos tomado un café recién hecho, de esos que predican su olor en la escalera e invitan a recordar cocinas de hierro, de carbón, con toda su crudeza y pesadez, con toda su melancolía y sus pucheros.

Y la portería por barrer.  Esto es un sinvivir.






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