18 de noviembre de 2012

Un cafecito al día

No soy creyente, o les miento: creo en lo que veo. Si tuviera más fe rezaría, pero como solo me queda cierto descreimiento hacia mucho de lo que veo y más de lo que me cuentan, que lo mido y sopeso y lo cojo con pinzas y al final ni hago caso, me queda el consuelo de elevar un puño al cielo, arrastrar los finales de cada palabra (por efectismo auditivo, cuestión de contundencia) y con tono agresiv
olastimerofolclórico dejar caer mi plegaria porque no me falte un sobre de cafe cada mañana, que es el único lujo que manejo para que mis neuronas no se duerman.
Que me quiten las salidas, las comidas y las cenas con los camaradas, poco importa; los cines, ahora que me declaro hackeriana y sabedora de la trampa que la ley promulga, la verdad, me la trae f...me da lo mismo. Me la trae FLOJA! que conyo. 
¿Ustedes creen de verdad que yo seguiría siendo yo sin el chute de cafe por vena que me afloja la lengua y me coloca el cerebro en su sitio?

Un cafecito, señor, solo eso te pido, uno al día, para seguir DESPIERTA. Amén.

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