6 de diciembre de 2013

CARTAS DESDE LA TIERRA


Sr.Mandela:


Esta mañana me he levantado con la radio aún encendida y he oido que se ha marchado usted, esto es, que ha fallecido;  decirlo del otro modo parece que ahuyenta el miedo de los personajes de este viejo y achacoso continente, pero a la práctica no soluciona el problema de base ni le hacemos favor alguno a esta sociedad timorata, que se escandaliza por todo, aunque luego no actúe.  A falta de valentía, y para que no se note lo poco que apreciamos ya eso que se llama la propia dignidad, somos país (continente) de eufemismos, que nos escudamos en las palabras, los títulos y las normas para darle por ahí al vecino, y si además es posible salir airosos, somos capaces de negar no tres, sino tres veces la edad de cristo nuestras miserias morales, éticas, cívicas.  El Yo al poder nos ha llevado a esto, ya ve usted.

No creo que le sorprenda lo que le estoy contando, pues a pesar de todo, de vivir casi siempre en otro continente en el que los derechos son poco menos que un lujo que tan solo los poderosos o ricos se permiten, jamás creo que le haya cegado a la hora de ser indulgente o crítico con los suyos, ni con los míos, eso es.  Por mi se los puede quedar a cualquier lado de la frontera, porque si no entienden de derechos, ¿qué van a entender de valores de los que ya se ríen sin complejos ante las multitudes?  Ya sabe de lo que le hablo, no tenemos remedio.

He recordado cómo hace años, en otro país y otras circunstancias, veía yo poco menos que imposible que alguien le diera la libertad a un personaje que mientras se mantuviera encadenado, físicamente, no pondría en peligro el borreguismo e indolencia de los nuestros;  crear una norma de tal importancia, pensé,  no dotaría a la legislación de la impunidad necesaria para que otros individuos no tan ejemplarizantes consiguieran esa misma libertad, ni me imaginé en la posibilidad de que el detalle que para con este señor del que me hacía cómo cerraba los ojos para sonreir, repercutiera en la misma libertad para otros tantos presos políticos e injusticias morales que por entonces teníamos dispersos a golpe de maleta en varios países del mundo, claro que era yo más joven e idealista, y no pensaba yo que el populismo de los refranes, tan simple él, servía lo mismo para el verso que para el reverso, y que la misma ley que dejaría en libertad a un ser de otro mundo, de esos que no aparecen en los cuentos que nos deberían leer de pequeñitos antes de acostarnos, llenaría las calles de otros tantos (o más) ladrones de guante blanco, de informes avalados por la era de las nuevas tecnologías que apoyarían lo más corrupto y de certificados de origen que nos abrirían los ojos ante el poder de quienes lo manejan. 

Son ellos, me dije, y ya están entre nosotros, como la mejor de Spielberg.


Señor Mandela, no le voy a engañar: siento que haya desaparecido, pero creo que es ley de vida, y además, no me gusta personalizar, cada uno de nosotros refleja a nuestro padre y a nuestra madre, aunque sea muy por debajo de la superficie, y después de esto, a nuestros antepasados.  La genética aún tiene mucho que hablar para que nos lleguen las voces de los ancestros, que siguen ahí, escondidos tras los actos y palabrerío de cada mañana.  Lo que de veras me entristece no es que desaparezcamos cuando nos llega la hora, sino buscar en otros continentes, en las salas de conferencias y en los artículos de política y sociedad y comprobar que no hay herederos dispuestos a jugarse la serie de la temporada o la cena del viernes, o la alegría del sabadote para construir y certificar que el país que usted deja o el que yo habito en este momento seguirá la dirección que le marque el valor y no la cobardía, la fortaleza y la integridad, y no el integrismo o la intransigencia.
 

Señor Mandela, no son tiempos ni más ni menos duros que otros, bien lo sabe;  es solo que nos han señalado como a cobayas de laboratorio, tú vales, tú no vales, y de ahí a quitarnos de en medio se ha conseguido a un golpe de firma e interminables sesiones de señores que juegan con las ipad, los ipod y se meten los dedos en la nariz o bostezan, lo mismo que hacemos otros en el semáforo.  La diferencia es que los primeros verán cómo la bombilla cambia a verde desde su asiento acolchado, mientras que los del paso de peatones, el metro y sus atropellos seguirán la senda del rojo, en su cuenta bancaria y en la rabia, el descontento generalizado.
 

Señor Mandela, dese un paseo por los entresijos del Hades, del limbo, el cielo o los museos particulares que esconden hermosas obras que jamás verán la luz, y dígame si me equivoco.  Se que alguien incansable como usted no se conformará con quedarse cruzado de brazos, así que le espero cualquier día, a cualquier hora, en cualquier semáforo, para cruzar sin mirar el paso de cebra, usted me entiende, y yo siento la orfandad en cuestión de compañeros de lucha, de darle un sentido nada heróico de recuperar la ilusión contando los días que quedan para navidad, o sabiendo que no alguien no se quedará en la calle por el capricho de un empresario que se ha levantado con el pie izquierdo, así va todo en estos momentos.


Ya me entiende: nada de lucha de las clases y castas que nosotros mismos nos hemos inventado.  La diferencia es positiva, siempre que cada uno pueda elegir dentro de cuál prefiere vivir.  El problema comenzó cuando nos lo quisieron imponer, quitándonos el derecho de expresión a golpe de despidos, de juicios imposibles, de sanidad de cuento troquelado.

Aún quedan luchadores, señor M., no pretendo exagerar, es que a la mayoría ya no les creo, porque me constan más sus triquiñuelas de fondo que la pasión que pretenden mostrar, ya le he comentado antes que se han movido mis piezas.

Déle un golpe invisible y contundente a la noche de los que duermen a pierna suelta tras un ERE ingrato, lo mismo que a los dictadores con títulos y que presumen de cultivados, faltándoles nada más que la clase específica sobre los derechos y libertades del individuo, clase a la que no asistieron.


Sin más, deseándole que en espíritu siga tan ligero como lo fue en su cuerpo, quedo a la espera de buenas nuevas.

Desde la tierra,

 

© S.S., de Cartas desde la Tierra

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