Con la copa de champán en la
mano, como a ella le gusta recibir a la prensa, nos deleita con su presencia un
año más y con obra nueva bajo el brazo.
En esta ocasión Amelie Nothomb saca a la luz un cuento de hadas que no
lo es tanto, y le da una vuelta de tuerca que, sin querer adelantar el final
del mismo, confesaré que deja el papel de la mujer en mejor lugar que lo hacía
su versión original a manos del francés Charles
Perrault.
Amelie Nothomb no es una autora
de paso, y para muestra sirva la consabida publicación anual, amén de los
cuatro escritos reales que confiesa escribir cada doce meses.
La presentación corre a cargo de Jorge Herralde, fundador y director de
la editorial Anagrama, responsable
de la edición de Barba Azul (2014), que bromea (Herralde, claro está) aludiendo a
la presencia del cava –que no champán- sobre la mesa, y nos hace una breve
introducción sobre esta nueva entrega de la autora en la que se entremezcla
humor con horror, y en donde el enlace inesperado no ensombrece la alta calidad
de sus diálogos.
“Mi madre me leia los cuentos de hadas desde
muy pequeña, y Barba Azul era mi preferido, porque daba miedo, y porque se
basaba en un secreto”.
Pero cuando retomó su lectura, ya
de adolescente, encontró que esa versión era escandalosa, y que a pesar de
seguir siendo su obra preferida encontró que los hombres de la obra eran
abiertos y en nada tenían que ver con el carácter de las mujeres, que parecían idiotas. No tuvo más remedio que darle razón a Barba
Azul, pues de ser sus mujeres quienes hubieran reaccionado como lo hicieron las
del rey, ella también las hubiera matado.
Barba Azul tiene razón, pero lo ideal para él sería repudiar a sus
mujeres, más que optar por la pena capital, asevera la autora, ya
consciente de su madurez como tal.
Su intención no es suavizar la
historia que se cuenta, como suelen hacer al versionar a algunos personajes
terroríficos en la actualidad y todos esos vampiros dulces y amables, sino
encontrar una versión fiel pero más justa con los personajes.
Así, dejando de lado la figura de
Enrique VIII, un personaje vulgar y monstruoso en la que se inspiró el autor de
este cuento, la novelista utilizará la figura de un caballero español para encontrar
el contrapunto perfecto; y a su lado, una mujer potente que le pueda plantar
cara, de nacionalidad belga, un superego de la autora según ella misma
confiesa.
Sin ser una especialista ni de
España ni de Cataluña, y siendo el Quijote su novela preferida, cree que el
protagonista de esa novela es un personaje que representa al héroe,
absolutamente necesario para la humanidad, porque llega hasta el final de sus
actos. Asevera que al haber sido Bélgica parte de lo que significó este pais
como colonia bajo el temible mandato del Duque de Alba, que para muchos belgas
significa que al mismo tiempo que se sienten en deuda con España, es mucho el
rencor hacia esa colonización española, por la crueldad con la que oprimió al su
pueblo.
Algo que suelen hacer los autores
francófonos es elegir a un autor español para que de vida a personajes fuertes
y/o héroes, como ya hizo en su día Víctor Hugo.
El contexto geográfico también lo tuvo
claro: la acción tenía que transcurrir en Francia, pero no siendo éste el pais
de origen de ninguno de los protagonistas, dado que ambos beben champán, y esta
bebida es la causa principal del enamoramiento de la protagonista, como se
traduce una vez avanzamos en la lectura de la obra.
Amelie N. se rie en más ocasiones que la presentación que tuvo
lugar tras su anterior publicación, hace un año, y se muestra menos distante,
sobre todo cuando se toca el tema del champán, algo que parece proyectar a la
escritora hacia el pensamiento metafísico, que también inunda la obra, como
ella misma aclara.
El nombre de la protagonista -Saturnina- está relacionado con el
plomo, y al igual que lo hace en el proceso alquímico, ella se transforma en
oro en su última frase.
Se confiesa una apasionada de la
simbología y de lo que la alquimia representa, y entiende que la humanidad
representa al plomo que se ha de convertir finalmente en la materia absoluta,
alabando la figura alquimista de Llull,
a quien considera sublime en esa faceta, y revela cómo fue a través de la obra
de Dalí que llegó a descubrirle.
Ella misma nos revela cómo ha hecho de si
misma un proyecto alquimista, y asegura que terminará convirtiéndose en oro si
bebe el suficiente champán.
Desenmascara uno de los secretos
de sus poderosos diálogos, el método empírico y la construcción de los mismos
por medio del ejercicio de réplica del cuatro por cuatro: si no hay un mínimo
de cuatro réplicas no es un diálogo sino un simple cotilleo; y si son más nos
alejamos de la realidad, convirtiéndose en un partida de ajedrez.
Hay que escribir rápido y desarrolla la
memoria, y esta receta es infalible, según manifiesta. ¡Y no bebo champán
mientras lo hago!, pues sería incapaz de escribir, se sincera
finalmente.
Es evidente que ha mejorado,
evolucionado, tanto en el modo escrito como en el personal, y no se si a razón
del champán, de la mutación natural personal o de la alquímica, y no dudo que
el próximo año y una nueva obra no nos dejará indiferentes a ninguno de sus
lectores.
Y antes de levantarse nos deja
con un halo de temas trascendentales y se pronuncia sobre el derecho de no publicar
los manuscritos que no han sido editados.
“Si fallezco, no quiero que mis obras sean
destruidas”.
Pero sí los protegerá como los hijos que considera son, y durante al menos
cincuenta años se mantendrán a salvo de ojos ajenos, como ya ha dejado constancia
en su testamento.
Saray Schaetzler