Rompiendo con la idea romántica al
uso, hay ocasiones en que ni un buen libro, por mucho que algunos se hagan eco
de su utilidad, son capaces de recomponer el alma, y es que lo humano sigue
estando por encima de cualquier género o ciencia. La ansiedad, las preocupaciones, el exceso de
amor, y tantas otras animaladas racionales nos vienen al hilo de la cuestión que
aquí se me plantea.
Ni siquiera una tarde de caluroso
invierno y mesa de ágape navideño me recomponen, sino todo lo contrario, me
enfrentan a esta pasividad ajena que ante la inmundicia que ha planeado durante
los 360 días restantes, justo ahora se lanzan todos a una en picado sobre este
comensal a quien estremece el sentido que “los otros” le dan a estas fechas,
que hay más pavos sin molleja colgante que los propios que se muestran sobre la
bandeja.
No reniego de la buena mesa, ni
por caso alguno de la buena cama, qué decir que la cultura con mayúsculas, que
me orgasma tanto o más, dependiendo de la intención y/o la buena mano – como en
la baraja-, pero ¡qué narices! dejemos de acomplejarnos por sentir, por mostrar
que aún nos queda una mijita de sensibilidad, y lancemos las diatribas sin
remilgos durante los restantes cinco días;
sacúdanse los restos de las migajas que sobresalen insultantes del
refajo. Conspiremos para que el pedante
y remilgado se revuelque estos días en la porquera. ¡Un valiente! Que sonroje por fin al
atracador de guante blanco, al corrupto con más pedrigí del club de los cien
mil.
Mientras hostigan las ostias
cargadas de buenas intenciones, devienen as arrugas y los años, y con estos la
incredulidad, los miedos, el poder descreido, ligado más a la economía que a la
seguridad en uno mismo, amén del prójimo, a cuyo sustantivo ya nada muestra
pleitesía ni el belén del ayuntamiento.
Seguramente hoy no es día para
escribir y mostrar, sino que convendría lanzarse al vacío del diario íntimo o
la autobiografía para sacar la espina que tortura a ambos lados del tiempo,
pasado y futuro, y con eso atemperar el ambiente, y cómo no, asegurarse el
embite aún pendiente de los cuatro restantes.
Recibiré al Niño en pañales, con
lo puesto, a corazón medio abierto, lo mismo pero más fuerte que el año
anterior.
Observada por unos miles de
libros que poco pueden hacer para captar mi interés, os deseo menos credulidad
de la mala y racimos de fantasía.
Los milagros pertenecen a quienes
creemos en ellos y el saco que los atesora es grande.
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