14 de marzo de 2015

La ignorancia nacional


Cuando uno es joven se deja impresionar, es manipulable, más cuando el marketing y la publicidad van de la mano, orgullosos y seguros, apoyados por la masa ignorante.  La juventud se deja influenciar incluso por lo que no se cuestiona, como el tiempo atmosférico o el color de ojos.  Que llueva o haga sol son un ejemplo de esas influencias discutibles a las que muchos no escapan, ya pasada la juventud.  Y servirá para mi disertación echar mano de nuevo el refranero popular, con aquello de que nunca llueve a gusto de todos;  ni hace sol, ni nieva, ni hace viento ni brilla el sol ni las nubes pasajeras lo hacen, añadiría yo.

La madurez te da la sabia opción de callarte antes de meter la pata, antes de decir la frase con la que cargarás como una losa el resto de tu vida, aquello que te puede señalar o apartar de un modo gregario en el círculo que la expreses.  Las palabras tienen más fuerza cuando uno las dice que cuando las escribe.  Lo escrito, puede o no ser parte de uno mismo, mientras que los sonidos argumentan y dan peso y crean una pared que obvia el mínimo movimiento posible para que te defiendas de lo expresado.

El que calla otorga, frase de necios y cobardes morales, que por no atreverse no dicen ni lo que piensan ni se reservan lo que deberían.  Prefiero cruzarme con quien escucha y argumenta después de sopesar, y omite mucho de lo que podría contar, porque entonces puedo confiar en que estoy ante alguien que ha vivido, seguramente, que no busca un público dormido intelectualmente o la masa que enfebrece con la necesidad del humo que impera en la charla de esquina y de bar de barrio.

Hoy la influencia rompe las barreras de la edad y de las castas sociales; entre las élites y el vulgo apenas dista una separación de tipo económico, que no así la cuestión educacional ni cultural.  Hemos batido el récord del absurdo, haciendo creer a las masas que un aparato con ruedas de un color les hará parecer más altos o atractivos al sexo contrario, o la toma diaria de ciertos productos compuestos de sustancias nocivas hará que aquellos necios de los que hablaba les observen con la boca abierta.  Siempre hay un necio por cada engreído, o decenas, en nuestro caso, pequeño territorio de brechas abiertas, en donde se premia el continente por encima del contenido, la palabra escrita y rubricada en falso antes que lo que desmiente lo mismo, pero hablado.  Lo sabemos todo, presumimos de ello, y morimos al ignorar lo que significa la decencia y la honradez moral, como los insufribles peces en los rios contaminados, eso sí, reescribiendo la ignorancia, la mentira, este teatrillo de mortales titubeantes, dubitativos y arrogantes en una verdad falseada, que nos aletarga  gracias a nuestra credulidad y evidente falta de criterio.

Aldous Huxley se quedó corto.  Hemos superado las barreras de lo ridículo.  Nos reimos del prójimo cuando la falta de juicio, que no de prejuicio, parte ya del mismo dedo que señala.  Somos así de bilbainos, los de esta nación.

La sensatez personal se convierte en una guerra contra gigantes en un pais en el que pervive la inmadurez social. La veteranía es lo que tiene, que convierte en interesante y digno de abrirle la puerta a quien hace años pasaba desapercibido o a lo que antes no veíamos con la claridad de la experiencia.

Lástima que no todos los veteranos de esta guerra están libres de tirar la primera piedra y que por eso mismo la edad no madure. Como ocurre con la cultura, la edad no entra por ellos.

Heridas de guerra, 2015 (c)
 

 

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