Deja que siga hundido en tierra
yerma, que se pudra al contacto de la misma cobardía a la que no supo
enfrentarse.
Hay páginas que nos recuerdan
haberlas leido en otro cuento, conocemos el final y así y todo, volvemos la
cabeza cuando deberíamos pasar de largo al paso de apariciones emergentes en las que intuimos a
todos aquellos cadáveres que debieron ser y no quisieron existir. Materializarse no es obra fácil.
Una vida no es suficiente. Dos, tampoco lo es para aprender a evitar
destinos, someterse a las fuerzas de intuición, detección, si te he visto no
quiero verte, y tampoco para entender que cuando huele a podre es que aún
tenemos tanta basura escondida entre los pliegues. Sacudir a la fuerza para no darnos de golpes
contra la pared, sentirnos vulnerables por haber perdido antes de conseguir aquello que creimos que fue
nuestro. No se pierde lo que jamás se ha
tenido, no vuelve lo que llamamos, el destino es mezquino, traicionero, y
nosotros, miserables que caemos y tropezamos con las mismas tumbas, los mismos
muertos, para entender que en el fondo nunca fuimos ni seremos lo que habíamos
establecido en nuestro ego.
El mejor cadáver, a dos metros
bajo tierra, y siempre, alguien saltando sobre su recuerdo.
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