Hay películas que no necesitan color para brillar por sí mismas, y la que hoy comento es sin duda una de ellas. La prota, monja, novicia provinciana pero no por ello ñoña, las dotes de observación de la protagonista son un punto a su favor y nos lo demostrará gratamente dándonos una lección de vida.
Encuentro familiar que le abre los ojos en las pocas horas que comparte junto a su tia, a la que no ve desde niña. Escarbar en el pasado conviene o no, pero esta historia se centra en aceptar, pasado, historia, presente y en no renunciar a la propia esencia.
Me ha sorprendido encontrarme de frente con un final por el que he cruzado los dedos durante toda la cinta, porque la realidad, cuando se acepta, se transforma como por arte de magia en aquello que nos conmueve, nos llena y nos realiza.
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