No creo en nadie que rinda más culto a un partido de
fútbol que a una buena caminata en las horas del atardecer. Los cúmulos de gente, el gentío, sin más, me
aburren infinitamente, ya sea una fiesta popular o un desfile de carnaval; me recuerda a las fiestas de guardar y tiene
algún punto en común con aquel etílico sabor a trajes de domingo y pastas
exclusivas para los invitados, de los que por suerte, poco disfruté en mi
tierna infancia, ya fuera porque mi cabeza no entendiera de poses a una edad
temprana, o por estar inmersa en asuntos menos mundanales.
Las galletas de los invitados
desaparecían con más misterio que las oraciones del crucifijo, y los trajes de
domingo los paseaba entre zarzas y caminos de piedra que se desplegaban sólo
para mi en el pueblo de mi infancia, a modo de alfombra roja por la que me
deslizaba, no siempre con todo el decoro que se presuponía, he de reconocer que
adolecía de aquella ternura y cursilismo que estaba de moda entre algunas de
mis compañeras de colegio; dicen que a esas edades ya se intuye por qué bando
saldrá a relucir nuestra personalidad, y la mia, aunque con el tiempo he tratado
de dominarla una y otra vez, ya entonces sobresalía por inconformismo y rebeldía.
Aquella pastas de las que hablaba,
como todo lo que se queda viejo, caducan en la despensa igual que lo hacen los
recuerdos de esos homenajes a los que hemos acudido en tantas ocasiones,
más por bien quedar que por convicción, que en este pais mola eso de ser
conocido de tal o cual, o parece que le da a uno cierto prestigio social,
aunque tan siquiera se ose conocer a pariente cercano alguno del susodicho ni
haya disfrutado de una charla distendida con mencionado personaje en toda su
vida; las galletitas se quedan a buen recaudo de los recuerdos perdidos en el
limbo de las obligaciones asumidas, y si acaso recordamos al monstruo que se
las comía atrincherado tras la pantalla, y que han sido estas últimas con seguridad las mejor
aprovechadas.
Los domingos desempolvan algunos,
bastantes, muchos, calculo que demasiados para mi juicio insano -pertenezco a minorías de pensamiento, acto y evolución castrista, cosa
que me encanta por lo mismo que comenté al principio sobre mi alergia al
aborregamiento-, desapolillan, como decía, esperpénticas indumentarias de
bufandas, gorritos y poliéster del más fino en sus camisetas que gritan
pertenezco al gueto; no pienso, mi crítica la decido de modo consensuado tras
cada atropello televisivo o del campo de juego, y dependiendo del humor incluso me cago en un
partido político, en un documental de la pantalla o en la medida del tubo de
escape del automóvil de mi vecino.
Y para merendar galletitas maría,
que las de la caja azul están reservadas para los invitados.
M.A.G. (Pensamientos cuadrados, 2015)
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