Autoplagio

Nos sorprende abrir un libro y leer en unas líneas lo que ya estaba escrito por algún otro autor, quizá tú mismo, o aquel otro que te agrada, en otro libro parecido.  Ah, y yo que me creía único en este campo de flores y gansos. 

¿Plagio? El ego desborda el vaso colmado de nuestras propias harturas, fallos que apenas nos molestamos en sostener con las manos, menos aún con la palabra. Hablamos, y después, como se nos presupone, pensamos, qué chulescos.  Si es que al final parecemos todos gatos. 

Somos los reyes del autoplagio vital.  Nos empeñamos en apropiarnos de comentarios ocurrentes, sin darnos cuenta de que la misma gracia, en nuestra boca se convierte en un sarpullido, palabrerío vacio. Nos apoderamos de modos de vida, de formas de vestir y salimos disfrazados de lo ajeno;  lo que nos es desconocido nos denuncia en la incomodidad, en la falta de honestidad.  Lo trasluce la mirada perdida, insegura, ajena; ni siquiera el modo de abrocharte el botón te es propio. Nos convertirnos en reproductores de escenas foráneas.

Nos boicoteamos a nosotros mismos, ergo somos autoplagios andantes;  cuando tomamos la misma vía para acudir al trabajo cada mañana, o agarramos con rabia el cepillo de dientes sobre la huella del día anterior. Horadamos sobre el pasado, y de este modo es fácil calcar el mismo error una y otra vez, varias veces en el curso del mismo día.  La teoría de probabilidades no da para más.  Entretanto, nos dedicamos a imitar al personaje dentro del cual nos gustaría despertarnos cada mañana.

La próxima vez que la palabra plagio acuda a los labios de tu compañero, léete los tuyos en el espejo y te sentirás como si hubieras caminado cinco kilómetros en los mocasines del indio aquel, que probablemente aún desconoces.  Te deseo un (auténtico) buen viaje.

 

Música: Patty Smith / Because the night 

© Saray Schaetzler 2012, Serie A vuelapluma (Autoplagio)