14 de octubre de 2010

INVISIBILIDAD

Voy a salir sola, una de estas inquietas noches, a perderme entre la gente. Cubierta con un traje que me vuelva invisible, para que mi curiosidad pase inadvertida.
Confieso que la noche siempre me ha atraido, esa aparente impunidad con la que amenaza y que disfrutan aquellos que  gustan de poder espiar. Será la oscuridad, por tanto, escudo de mi propia incorporeidad y de este complejo de Mata-Hari que no me preocupa aliviar.
Me propongo con firmeza, con pasión insistente, en salir a la calle una de estas noches, y pasear mi inmaterialidad por la ciudad.


¿Se han olvidado de encender las farolas? Me agazaparé tras las esquinas y les observaré sin que se percaten.


Sueño con perderme esta madrugada en los bajos fondos a los que pertenezco por natural selección y condición. Entrar en los bares en los que el humo no permite ver más allá del ombligo, ajena al acoso de miradas que reprochan , implican, agreden, interrogan, pre-seleccionan, o juzgan. Un lujo que solo los etéreos manejan.

Me perderé como vagabunda, en medio de oscuros locales en los que la música ya ha tomado posesión de la voluntad de los presentes. Mientras que ellos mueven pies y arrastran las yemas de los dedos al ritmo de compases ajenos, yo desboco mi cuerpo, que ya baila a su propio ritmo sobre la barra del bar, con los pies descalzos, saltando en desvarío no medido, melena que se revuelve en el aire. Lejana y apartada a todos ellos doy vueltas y más vueltas en el eje invisible que marca mi conciencia.

Gracias al anonimato que mi invisibilidad me ofrece, esta noche me atreveré al fín a pasear orgullosa entre las mesas, cogida de la mano del cotilleo voraz, atendiendo a los chismes de afilada lengua y de peligrosa ociosidad, escuchar sin azorarme cómo destripan en los corrillos a inocentes vidas ajenas.

Lástima que me guste terminar dando consejos, porque me temo que volveré a casa cabizbaja, ya que por desgracia mi escondite no permite el uso de la palabra.


Mi invisibilidad aún no sabe cómo hacerse escuchar.
No podrán leer mi risa entre líneas, ni serán testigos de mis poses no fingidas.

Partícipe de los más oscuros secretos pero con el sentido de justicia intacto, que me hace retroceder ante tanta idiotez.
La invisibilidad tiene así la buena costumbre de permitirme ciertas excentricidades. Me emociona pensar que esta noche lo probaré.

Si notas un aliento en el cuello, o se te cae la copa sin tocarla, derramando el contenido sobre tu ropas de gala, salúdame por lo bajito, guíñame un ojo, o agárrame por la cintura y ¡baila conmigo sobre la barra!.


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