TODA ESA FAUNA, PSICOLOGÍA PARA URBANITAS (Estudios de Campo realizados con el estómago lleno y las espaldas muy anchas) El Loro que memorizaba (cuestión de cansancio)
©Por Saray Schaetzler
©Por Saray Schaetzler
Hay personas cuyas vidas anodinas hacen el efecto de la adormidera en el alma de quien se atreve a acercarse; rozarles es como traspasar la sala de humo del tiempo perdido (tranquilos, hoy no voy a nombrar a la manida magdalena ni hablaré de su autor).
A veces me pasa que conozco a alguien que en principio me llama la atención, ya sea porque lanza una frase que suena bien dentro del contexto, o hace un juicio que no es una mera cábala, ni parece estar basado en prejuicios o disertaciones de cafetín banales... eso es lo que parece en ocasiones a simple vista. Como decía alguien, a veces –y yo resaltaría: muchas veces- nada es lo que parece. Y tras varios traspiés de lo mismo he aprendido a detectar a estos falsos gurús de la información sesgada, de la repetición cansina. Del espejismo a la intelectualidad barata y sin criterio sano que lo avale.
Estos sujetos, he comprobado que tienen la conversación estructurada, el as bien guardado debajo de la manga –en el fondo no son más que truhanes de la palabra-, para tenerlo a mano en caso de necesidad.
Es como si hablaras con un borrador de una carta-tipo de reclamación de cualquier casa de electrodomésticos: cada frase es parecida a, o similar en cuanto a, o se deja de entender cuando llega a la parte en que habla de los derechos de revocación de los datos personales en los ficheros (que dicho de paso, nadie sabe por qué, nunca llegamos a hacer constar nuestro expreso deseo para que no los utilicen de manera indiscriminada). El caso es no frenar la incontinencia verbal, el miedo al silencio, quién sabe.
Sus discursos baratos comienzan con una larga lista aprendida y memorizada, que solo puede mantener alguien que ya en el colegio presumía de ser don perfecto, todo aplicado aquel alumno que se dedicaba a envidiar la natural empatía de los demás.
De la a a la z: nombres propios de lugares, personajes y batallas; fechas exactas –que luego, si tuviéramos la paciencia de comprobarlas nos daríamos cuenta de que ni siquiera son correctas-.
Saben enumerar los códigos de barras del último cigarrillo salido al mercado, pero su mejor faceta la muestran cuando evocan el pasado, y ahí es en donde está el quid de la cuestión para desembaucar a estos tipos: todo lo que conservan en su memoria pertenece al pasado, que es en donde aprendieron todos esos datos, que utilizan una y otra vez, siempre las mismas cifras, las frases idénticas, el ardor con el que se expresan roza lo cómico; llegan a gastar en sus disertaciones vacías todo el contenido, de un plumazo dejan patente su inconsistencia.
Ahí está el quid, como digo, para desenmascararles. Proponles un tema que sea novedoso, o de tu interés personal, que tengas conocimiento sobre el mismo, o una opinión firme y elaborada: solo lograrás que traten de desviar la atención, sobre el tema, sobre lo que sabes, y sobre tu misma opinión. La manera de hacerlo también suele ser un dato a grabar en nuestra observación del movimiento de este pájaro embaucador y sus timos en cuestión de cultura: lo menos bonito que suelen hacer es pasar a ridiculizar al contrario, por supuesto, los demás jamás saben de lo que hablan. Él cree que sí sabe, y se lo llega a creer. Y lo que es peor, te intenta convencer.
Lo mismo que los demás salimos de casa con la agenda, las llaves y el monedero, ellos salen con las notas memorizadas, es como si tuvieran un chip milagroso que se activara cada vez que alguien intenta comenzar una charla. La conversación más simple termina siendo un campo de batalla para estos primitivos contrincantes. ¿Qué se habla de política? Ellos no solo es que entiendan de ello –los únicos por el momento, hasta nuevo aviso- sino que te señala a vuelapluma lo mal que se portaron aquellos joputas , lo que te hace dudar de estar en medio de un comadreo de peluquería de barrio. Y por supuesto, es conocedor de los detalles íntimos de todos ellos, suele jactarse de ello en público y a viva voz.
Cada uno es dueño de su asombro, y el patético sujeto al que hoy identifico se deja asombrar con todo, aunque lo intenta disimular.
Con tal de sentirse importantes en medio de la que ya saben es su mediocre vida no dudan en crucificar y denigrar a cualquiera que crean pueda estar a un nivel superior, aunque sólo sea en tener la ropa más blanca. Desearán ponerte un tubito de tinta china cada vez que pones una lavadora (últimamente me obsesionan los electrodomésticos).
Mejor no llevarles la contraria, porque en seguida se exaltan. Por eso se creen que al callarse los demás es que le dan la razón, pues no entienden que ya les han pillado el truco por el cual es mejor mantenerse en postura de salir corriendo y silencioso.
A estas alturas del cuento ya todos saben que este tipo de personas a la larga no aportan nada, si acaso malestar general, con su verborrea facilona y simplista, con sus cientos de datos, que, bien mirados y una vez que están lanzados así como por casualidad, resultan ser los mismos que volverá a darnos mañana, y al otro, ..y así mientras no les paremos los pies para preguntarles si además de fechas –siempre las mismas- y nombres propios –siempre los mismo, evidentemente- sabrían definirnos –sin tirar de poetas muertos ni de los vivos del Facebook- a qué huele la primavera.
Los loros de este zoo humano tienden a la muerte repentina. Cuando ya sienten que les evitas, que les pides un poco de por favor, y que ya no estás dispuesto a seguirle escuchando ese ritmo del discurso cansino ni dejas que controle tus conversaciones ni el modo o el tiempo en que las realizas, ... ¡zas!, cuando al adoptar sus cuatro temas-modelo con los que lleva años saliendo del paso intuye que a ti ya no te interesa... se van a abonar otro campo.
El loro pide pipas y alguien que le escuche. Si se las das, estás perdido, porque te convertirá en el rehén perfecto para sus interminables horas de cháchara inocua. Y a la hora que sea, que la pasión le pierde.
Total, todo lo que va contando tan convencido rechina a la tercera vez que intentas introducir algún elemento nuevo en el discurso: no te lo permitirá, porque el prota de esta historia es él, su ombliguito y su falta de conocimiento en todos los sentidos. Desde el año de la palangana no ha vuelto a ponerse al día , excepto cuando sigue las noticias, pero las sabe adaptar a su papelón aprendido, y si no, sabe mal decirlo, pero se cree a pies juntilla todo lo que venga sellado, avalado con un título oficial o esté por escrito.
Pregúntales, si te interesa no perder el sentido de la realidad, qué piensa o siente de aquello y de lo otro, que saldrán por pies. No hay nada más fácil que descolocarles en pleno efluvio endiosado que recurrir al interrogante, al resquicio por donde entra la parte sana del conocimiento bien entendido, sin necesidad de predicar ni de utilizar un falso humanismo moral.
Ahí le has dado. Esto es un sinvivir.
© Saray Schaetzler, 2011
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