Al hilo de la difusión de noticias
que leo en torno a la proliferación de empresas que utilizan el método de
navegar en la red con la excusa de conocer mejor a sus posibles futuros
empleados, me váis a permitir que lance una daga envenenada, en mi línea, y así
posibilitar a algunas posible víctimas de tan encomiable función de qué modo
puede repercutir un perfil, cualquier
perfil, en el panorama laboral.
Todos conocemos algún caso en el
que la empresa de turno rechazó incluir en su lista de "recursos humanos"
al pardillo de turno que subió a la red las fotos de la pedazo fiesta botellona que libró el anterior fin de semana con sus
amiguetes, y os libro de incluir aquí fotos que os sacarían lágrimas de risa y
vergüenza ajena. Hay que ser un poco
corto de ideas; sí señor. O quizá demasiado inocente.
Si hubiera utilizado los escasos
dos dedos de frente que se le presuponen al posible candidato y en vez de colgarse una
riestra de ajos y mirar fijamente a la cámara sacando la lengua y evidenciando
la fina línea que le separa del coma etílico, el interfecto, precavido, se hubiera tapado el careto, la evidencia mostraría un currículum que haría
temblar los cimientos de cualquier universitario de Harvard.
Nada nuevo bajo el cielo.
En una ocasión me tocó trabajar
en el departamento de recursos humanos de una gran compañía española,
implantada a nivel internacional. Cada día
recibíamos la nada irrisoria cantidad de entre cien y doscientos curriculums,
de todos los puntos del pais.
La escala piramidal, compuesta
por unas diez personas dentro de dicho departamento: el director general, al
que creo logré ver en dos ocasiones (y eso que nos separaban unos ocho
metros escasos entre despacho y cubículo de currelitos); dos responsables, que aún no se bien de
qué se encargaban, pero sí que a la hora de la comida centralizaban y marcaban
la insulsa conversación, y cuidado de aquel que tuviera opinión propia. Para que enténdais cuál era la línea de
admisión de candidaturas, os retrato una escena habitual: a mi
espalda uno de los currelitos, que con aires de diseñador de moda vanguardista y
fiel seguidor de los dos anteriores, remataba una mañana de duro trabajo. Sobre la mesa, los curriculums, que íbamos
amontonando según la necesidad del momento.
Era difícil quedarse callado mientras sorteaba las preferencias sobre
las "capacidades, experiencia y logros" de los candidatos: …este
sí, me gusta, y el curriculum
tocado por la vara de aquel semidios de gafas de pasta negra (que eran lo más
de lo más en aquel momento) lo lanzaba al montón de los elegidos; éste no me gusta la cara, ...y quedaba
el curriculum del individuo, fuera cual fuese su capacidad para aquel trabajo,
relegado al montón de los non-gratos.
El tema no es nuevo, y ahora las redes sociales, Facebook, Xing,
linkedin,…conforman un nuevo campo de cultivo para el reconocido voyeurismo,
pasión por saber de la vida de los demás (¿la que uno no tiene?) por el que se
reconoce a una gran parte de los profesionales encargados de seleccionar quién
ocupará y quién no los puestos vacantes de una empresa.
La paupérrima situación actual,
crisis mediante, no nos lo pone fácil.
No seamos pues tan inocentes creyendo que la transparencia hará que
nuestra candidatura origine una eclosión de sentimientos paternales por parte de los
ojos del gran hermano encargado de decidir sobre el futuro de Carlos o
MariPepa. Mejor lucir un Lola
ladelmoñotorcido en tu pefil, que intentar impresionar con caretos u opiniones
que puedan no agradar a quien las observa o lee, más cuando se trata de tu
futura liquidez frente a la hipoteca, alquiler, recibos varios y cervecita
semanal.
¿Quién vigila al que vigila?
¿realmente son tan fiables sus métodos de elección? ¿se valora más el
comportamiento de una tarde de hace dos años que las capacidades innatas y
demostrables?.
No seré yo quien ponga
en tela de juicio los valores y experiencia impolutas del empresariado actual, contratantes de medio pelo, que estipulan quién pasa al
montón de los elegidos de este pais.
¿O sí?S. Schaetzler, 2013
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