3 de febrero de 2017

XXV PREMIOS EDEBÉ

Asistimos a la Rueda de Prensa convocada por la editorial Edebé para presentar las obras premiadas bajo los apartados de literatura infantil y juvenil:  
  
“La inmortal”, del barcelonés Ricard Ruiz Garzón, y “Tras la sombra del brujo”, del sevillano Francisco Díaz Valladares.

Ricard Ruiz Garzón, haciendo gala de su pasión por el ajedrez.
Me encantan los cumpleaños, excepto el propio. Este año la edición del Premio de LIJ Edebé ha coincidido con una onomástica especial, los 25 años transcurridos desde aquella primera entrega de premios en 1993, así que no tuve más remedio que disfrutarlo.  Un galardón en el que la literatura dirigida a los lectores más jóvenes significó un punto de inflexión en la editorial mencionada.  No debe ser fácil, elegir como en esta ocasión nada menos que entre trescientas tres obras originales, sabiendo que solo dos de ellas pasarán a la lista de los agraciados, una dirigida al público infantil y la otra, por descontado, al juvenil, aunque ambos premiados insisten en vender las gracias de sus obras al público adulto, animando a que su lectura traspase prejuicios y tópicos.
Empecemos por los jóvenes, que con “Tras la sombra del brujo” encontrarán un escenario poco habitual en las obras dirigidas a lectores de su edad, una obra calificada por la encargada de su presentación como un thriller, y que nadie se asuste pero el propio Francisco Díaz Valladares confirmó esta sospecha al descubrirnos cómo se forjó la novela a partir de una inocente película: “los demonios de la noche”.  Su visionado llevó al autor de un lado a otro a fruto de pulsaciones de ratón periférico, hasta que la historia empezó a tomar forma, y como el autor nos apuntaba “se pierde el control” y se termina hablando (escribiendo) como él lo hace, desde una parte física que ya no domina.  Así  nos lo explicaba, entre anécdotas personales que nos hicieron olvidar momentáneamente la etiqueta y caras firmes que suelen rodear eventos de esta naturaleza.
Ricard Ruiz Garzón, el ganador del apartado que corresponde a los benjamines ha aprovechado su especial relación con el ajedrez para transmitir esa pasión a través de “La inmortal”, haciéndonos partícipes de aquel premio lejano de su niñez y enumerando varias obras de referencia que juegan con el ajedrez del modo en que él ve aquel debate del bien luchando contra el mal, pues lo que comienza como un inocente juego se transforma en una búsqueda de la confianza al tiempo que se disipan los límites entre fichas y jugadores, ponderando el binomio del éxito y fracaso.  Como curiosidad supone además una referencia a la mujer que venció al jugador Gasparov, visibilizando y reivincando su presencia, sorprendiéndonos con una alusión directa a algo que desearíamos escuchar más a menudo: “si no lo hacemos los hombres, apaga y vámonos”.
Entre otras referencias que hizo de algunas obras inspiradoras me hice eco de una de ellas, escrita por uno de mis autores fetiche, S.Zweig, que aún no había leido (gracias).
Dos historias que difieren entre sí en su localización geográfica (ambientada la primera en África, y en Ginebra la segunda), en sus personajes y en su temática, pero que conservan  un nexo de unión que va más allá de las palabras y resulta demoledor con los tópicos y las barreras mentales.  Quizá sea esta la idea que a ambos les hizo creer que su lectura no solo sería apreciada por los niños y adolescentes del hogar.  Puede que su éxito haya tenido algo que ver con vislumbrar a unos lectores adultos disfrutando de sus niños-jóvenes interiores con “La inmortal” y “Tras la sombra del brujo” en las manos, quién sabe.
M.A.G

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