“La inmortal”, del barcelonés Ricard Ruiz Garzón, y “Tras la sombra del brujo”, del sevillano Francisco Díaz Valladares.
Ricard Ruiz Garzón, haciendo gala de su pasión por el ajedrez. |
Empecemos por los jóvenes, que con “Tras la sombra del brujo” encontrarán un escenario poco habitual en las obras dirigidas a lectores de su edad, una obra calificada por la encargada de su presentación como un thriller, y que nadie se asuste pero el propio Francisco Díaz Valladares confirmó esta sospecha al descubrirnos cómo se forjó la novela a partir de una inocente película: “los demonios de la noche”. Su visionado llevó al autor de un lado a otro a fruto de pulsaciones de ratón periférico, hasta que la historia empezó a tomar forma, y como el autor nos apuntaba “se pierde el control” y se termina hablando (escribiendo) como él lo hace, desde una parte física que ya no domina. Así nos lo explicaba, entre anécdotas personales que nos hicieron olvidar momentáneamente la etiqueta y caras firmes que suelen rodear eventos de esta naturaleza.
Ricard Ruiz Garzón, el ganador del apartado que corresponde a los benjamines ha aprovechado su especial relación con el ajedrez para transmitir esa pasión a través de “La inmortal”, haciéndonos partícipes de aquel premio lejano de su niñez y enumerando varias obras de referencia que juegan con el ajedrez del modo en que él ve aquel debate del bien luchando contra el mal, pues lo que comienza como un inocente juego se transforma en una búsqueda de la confianza al tiempo que se disipan los límites entre fichas y jugadores, ponderando el binomio del éxito y fracaso. Como curiosidad supone además una referencia a la mujer que venció al jugador Gasparov, visibilizando y reivincando su presencia, sorprendiéndonos con una alusión directa a algo que desearíamos escuchar más a menudo: “si no lo hacemos los hombres, apaga y vámonos”.
Entre otras referencias que hizo de algunas obras inspiradoras me hice eco de una de ellas, escrita por uno de mis autores fetiche, S.Zweig, que aún no había leido (gracias).
Dos historias que difieren entre sí en su localización geográfica (ambientada la primera en África, y en Ginebra la segunda), en sus personajes y en su temática, pero que conservan un nexo de unión que va más allá de las palabras y resulta demoledor con los tópicos y las barreras mentales. Quizá sea esta la idea que a ambos les hizo creer que su lectura no solo sería apreciada por los niños y adolescentes del hogar. Puede que su éxito haya tenido algo que ver con vislumbrar a unos lectores adultos disfrutando de sus niños-jóvenes interiores con “La inmortal” y “Tras la sombra del brujo” en las manos, quién sabe.
M.A.G
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