Hace días que padezco los atropellos insoportables de mis allegados y de los que no lo son tanto (que no por no serlo son menos pesados) con esos remolques cargados de promesas.
En cuanto me ven comienzan con el bombardeo aburrido de todas las actividades, proyectos, intenciones y deseos que (¡ja!) compondrán al inicio del año. Una tonadilla so pretexto de variar el manido tema de la crisis o de especular una vez más con el frío clima del invierno (¿?).
Y puntuales como cada temporada, pero menos consumados que el encabezado del anuncio del Almendro, es tradicional que malgasten mi tiempo (y paciencia) con sus retahílas de promesas de fin de año. Promesas que se apagan a medida que pasan los días, como un candil sin aceite a remolque de un inconsistente calendario.
Mi parte políticamente correcta: - Ahum...interesante...-
Yomismamente: Será gil...cretino. A éste le pones un cuadernillo de Rubio de primero y le suspenden por evitar los puntos, y ahora se las da de viajado por ver los documentales de la 2 .
Y no es que tenga nada en contra de ésta cadena y sus momentos de cultura, sino todo lo contrario. Pero el año pasado ya le hizo ilusión probar algo nuevo y para ello no se le ocurrió otra cosa que apuntarse a la Iditarod , que para quien no lo sepa es el nombre de la competición de trineos con perros anual que se celebra en Alaska. Se borró a los quince días, cuando alguien le hizo desistir tras el cuato intento de recrear la mushing sobre una tabla de surf tirada por 20 conejos. RIP.